martes, 21 de febrero de 2012

Aún sin título. {Capítulo Tercero}.


En el capítulo segundo 
Arácnida le propone a George, la tortuga galápago, emprender un viaje hacia el mar. 
Este, incómodo por el atrevimiento de Arácnida decide alejarse. Ella siente que no tiene más opción que dejarle ir.
[Para leer el Capítulo 2do.,  buscarlo en las entradas del mes de septiembre 2011 en este blog].




Arácnida está de ánimos. La hamaca es cobijo, tierra y cielo de noches insomnes y días timoratos. Lo único que la saca de ese contraritmo es un programa que ve los finde. Aun así,  éste no impide que entre la peluza que se acumula en los nódulos del tejido esté latente que hace días no sabe de Galápago y sobretodo cada vez experimenta en todo su ser que andar entre las ramas ya no tiene sentido. La sorprende una necesidad de sumergirse en las raíces para volver a bailar como lo hacía antes y recuperar su intuición.

Comienza de sí una búsqueda a oscuras, a tientas, debe re(co)nectar con los sentidos más básicos. Urga los cerrojos sin llave, exhausta, se decide calmar de ansiedad, alegrar y despertar su corazón de araña con lecturas que la descubren, incluso aún cuando en ella mora la ingenuidad.

Inevitablemente, palabras recorren su rostro y nombran la contradicción que habita en su frente. Se deslizan por su diminuto cuello advirtiendo la interrupción de aire que la mantienen en silencio. Pasan por sus patas una a una invitándola a regenerarse. Su caja torácica justo donde se aloja el latir está constreñida, las palabras tocan insistentemente, es necesario soltar lo que haya que soltar y permitir que nueva vida sea descubierta. Es ahí donde entra su pelvis en la cual anida su más íntima feminidad de araña, la que reestructura los ciclos y reverdece. Se mira expuesta. Le resulta terrible que otros ojos miren su languidez. Al mismo tiempo comenzó a dejar de importarle, está en transición.

Se arma de humildad y le escribe al amor de Galápago, para su sorpresa, él responde. Inician tímidamente conversaciones a lo lejos que, sin duda alguna levantaron como polvo de arena otras crisis de Galápago. Arácnida llama a la paciencia esperanzada en que un acercamiento más allá de las pantallas y los temores, conjure el encuentro.

Los días siguen opacos, hirientes y otros tantos con destellos de alegrías. A fin de cuentas ¿quién dijo que permitirse la belleza iba a ser vereda? Justo cuando estalla la confusión en el hacia donde ir, un colibrí se posa en la hamaca advirtiéndole a la araña no desistir. Ya es tiempo.


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